La Guerra de los Cristeros

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Por Daniel Nardini

Uno de los mayores conflictos en la historia de México ha sido entre el estado mexicano y la Iglesia Católica. A pesar de que el movimiento de independencia mexicano se inició y lo dirigieron dos sacerdotes (Miguel Hidalgo y Costilla y José María Morelos y Pavón), la iglesia en su mayoría se mantuvo leal a la Corona española. Agustín de Iturbide, el hombre que logró obtener la independencia de México de España, pudo ganarse el apoyo de la Iglesia Católica para ayudar a asegurar la independencia de la nación. Pero cuando Iturbide fue expulsado, es estado de la iglesia se volvió muy inseguro. Pero aún, a la Iglesia y a la curia las fuerzas del gobierno mexicano los trataron de manera brutal durante la Guerra de La Reforma (1857-1861). Durante este período, la Iglesia se enfrentó a una persecución masiva y esta es la razón por la que muchos miembros de la Iglesia le dieron su apoyo a la invasión francesa de México (1862-1867). Los franceses y sus aliados mexicanos perdieron y esto llevó a más persecuciones de la Iglesia.

Esta persecución cesó cuando Porfirio Díaz tomó el poder en 1876. Él hizo las paces con la Iglesia y así es como permaneció hasta 1910. La Revolución Mexicana trajo nuevamente mucho del conflicto entre la Iglesia y el estado. La Constitución Mexicana de 1917 le quitó las propiedades a la iglesia y prohibió la educación religiosa en las escuelas. El Presidente de México Álvaro Obregón aumentó las persecuciones contra los católicos durante su dominio. El sucesor de Obregón, Plutarco Elías Calles no era mejor en cuanto a su trato de la Iglesia. En su mayor parte los seguidores de la Iglesia y la curia trataron de ejercer una resistencia pasiva a la brutalidad del estado. Pero esta persecución llevó a muchos a los extremos. El punto crucial llegó en 1926 cuando 400 seguidores católicos se armaron y tomaron una iglesia en Guadalajara. Pronto, la revuelta se regó a través de todo el norte del Estado de Jalisco y a Durango en el que los rancheros se unieron en una rebelión total.

La reacción del gobierno fue rápida y brutal. Miles de rebeldes católicos fueron masacrados –a muchos los colgaron de los árboles y en poses de alumbrado donde dejaron los cuerpos hasta descomponerse. Quemaron iglesias y asesinaron a los sacerdotes. La rebelión se llamó la Guerra de los Cristeros (por las palabras Cristo es Rey que eran el grito que los seguidores católicos daban antes de la batalla) y destruyó a México y muchos pensaron que se iniciaría nuevamente la Revolución. A pesar de sus sentimientos hacia el gobierno mexicano, el Vaticano trató de negociar la paz entre el gobierno mexicano y la Iglesia Católica Mexicana. El gobierno de los EE. UU. A través de su embajador en México, Dwight Whitney Morrow, también trató de convencer al Presidente Calles de la necesidad de alcanzar la paz con los rebeldes católicos. El proceso de paz iba de un lado al otro y casi se perdió cuando Álvaro Obregón, el expresidente mexicano y un buen amigo de Calles, fue asesinado por un fanático católico llamado José de León Toral.

Finalmente en 1929 el recién electo presidente mexicano Emilio Portes Gil se dio cuento de que había que hacer algo para terminar con la rebelión. El presidente Portes permitió que la Iglesia conservara algunas de sus tierras, reabrió las iglesias permitiendo los servicios religiosos, permitió algo de educación religiosa y terminó con la persecución gubernamental de los católicos. Mientras que algunas leyes anti católicas permanecieron vigentes en México por varias décadas después de esto, a la Iglesia Católica se le fue permitiendo gradualmente alcanzar una completa libertad de practicar la relación y poder coexistir con el estado. Hoy, no hay ningún problema con la libertad de culto – en 1992 el gobierno mexicano cambió esa parte de la constitución y ahora hay completa libertad de cultos y la Iglesia Católica es libre de practicar sus ritos y de existir. En un mundo en el que la persecución religiosa y las guerras aún son frecuentes, México se ha convertido en una de esos países en lo que la libertad de cultos y la tolerancia a todas las religiones es una garantía constitucional.

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